Santi Cazorla: el camino de ida y vuelta a Oviedo del futbolista ‘underground’ | Fútbol | Deportes

Santi Cazorla: el camino de ida y vuelta a Oviedo del futbolista ‘underground’ | Fútbol | Deportes

Santiago Cazorla (38 años, Lugo de Llanera) es un tipo simpático. No es opinión. Es información. Sabe contar las historias que guarda en su hemeroteca personal. Algunas alegres –sus dos Eurocopas con la selección o sus éxitos con el Arsenal–, otras, tristes –una lesión que estuvo a punto de costarle la carrera–, y la más reciente, la de un sueño cumplido: volver al Real Oviedo, el equipo del que salió en 2003 camino del filial del Villarreal y al que ahora, 20 años después, ha regresado. Lo ha hecho cobrando el salario mínimo (91.000 euros), cediendo al club sus derechos de imagen y añadiendo una cláusula por la que el 10% de las ventas de sus camisetas deben ir destinadas a la cantera. En el verano en el que varios futbolistas emprendieron el camino hacia el golfo Pérsico y llovieron millones de Arabia Saudí, él regresó a casa.

“Defender los colores de este equipo en el fútbol profesional es la ilusión que tenía desde niño. Pasé nueve años en la cantera, me fui con 17 y durante todo este tiempo ese sueño no desapareció. Surgió la oportunidad y aquí estamos, intentando aprovecharla e intentando aportar todo lo que pueda”, explica.

Cazorla debutó con el Oviedo el pasado 24 de septiembre, en la derrota del club azul ante el Real Valladolid (0-1); en el último partido, este viernes contra el Albacete, el equipo, situado a mitad de tabla en la general, ganó 3-0. La última vez que se había vestido de corto en este estadio había sido en la mañana del 11 de agosto de 2003. Ese día empezaba los entrenamientos un Oviedo recién descendido a Tercera División, agobiado por las deudas y acosado por el Ayuntamiento de la ciudad, que creó un club para intentar sustituir al original. Por la tarde, después de conocer que la entidad no tenía dinero para tramitar su ficha, emprendió un viaje en coche con sus padres hacia Villarreal. 860 kilómetros. “Fue un viaje agridulce. Mi madre lloraba. A mí tampoco me había dado tiempo a asimilar el cambio. Pero fue el primer paso de todo lo que estaba por llegar”, recuerda sentado en uno de los banquillos del estadio Carlos Tartiere.

Todo lo que estaba por llegar era debutar con el primer equipo del Villarreal esa misma temporada. Irse al Recreativo de Huelva. Regresar al Villarreal. Moverse al Málaga. Viajar a la Premier League para jugar cinco temporadas en el Arsenal, donde llegó a alcanzar un valor de 30 millones de euros en el mercado –la mayoría accionarial del Oviedo se obtuvo con dos en 2012–. Regresar al Villarreal después de dos años parado por una lesión en el tobillo derecho. Irse a Qatar. Y volver a casa 20 años después. Al equipo que no dejó de seguir en ningún momento.

Tampoco cuando llegó el momento más complicado, el de la lesión en el tobillo derecho. “Tenía dolores, fruto de tantas infiltraciones. Me operan, pero la piel no termina de cerrar. Me vuelven a operar y cojo una bacteria de quirófano que se come once centímetros del tendón de Aquiles. Nadie daba con ello. Me fui a Vitoria con el doctor Mikel Sánchez. Yo era el que animaba al equipo médico, que no veía avances. Sentía dolor casi con cada gesto. Un día Mikel me anestesió algunos puntos del pie. Me sentía tan bien que le pedí correr por el pasillo. De repente, noté como si hubiera cristales en mi pie. Me había destrozado el tendón casi al completo. Mikel lloraba. Yo me reía. Le dije que al día siguiente me abría y seguro que daba con la solución… y así fue”. Una marca del tamaño de la palma de una mano en el antebrazo izquierdo y otra del tamaño de una loncha de queso en la pierna derecha (ambas de sendos injertos) ejercen de testigos de esa época.

Desde aquella lejana mañana de agosto, el Carlos Tartiere ha cambiado bastante. De un terreno arenoso e irregular a la alfombra verde que es hoy. De los asientos grises a los azules. De un pequeño marcador que parecía una televisión grande a dos pantallas de 136 metros cuadrados en cada extremo. De que el retrete fuera el despacho del entrenador por ser de los pocos espacios con luz (natural) a unas instalaciones de club profesional.

“Es un fichaje para leer entre líneas”, dice Eduardo Riesgo (38 años, Oviedo), economista y socio desde hace 26 años. “No tengo ni idea de lo que podrá aportar deportivamente, pero su nombre es uno de los que nos acompañó en nuestra travesía por el desierto. Es que el Oviedo se vio de repente jugando partidos oficiales en barrios de la ciudad, en campos de arena… y Cazorla siempre estuvo ahí, apoyando”, valora; “su regreso refuerza el sentido de pertenencia y lanza un mensaje muy fuerte para las nuevas generaciones, y en especial para los más pequeños que ven cómo un futbolista de talla mundial no se olvida de su equipo, no solo no lo hace, sino que regresa para aportar en todos los sentidos. Por eso significa tanto para la afición”.

Santi Cazorla debutó con el Oviedo en el partido de la séptima jornada de la Liga Hypermotion, ante el Valladolid.Paco Paredes (EFE)

Para el sociólogo César Rendueles (48 años, Gijón), el fútbol “vive cada vez una mayor tensión fruto de las dinámicas de competitividad y mercantilización, que van degradando el deporte hasta casi el sinsentido. Pero hay una corriente que todavía es underground, en la que se pueden enmarcar la vuelta de Cazorla o algunos proyectos de clubes con una ética diferente, que nos permite pensar en recuperar un fútbol más cercano e interesante”.

Jesús Martínez, presidente del grupo Pachuca, máximo accionista del club, compara la vuelta de Cazorla “con la de tantos asturianos que emigraron de su tierra para triunfar, lo lograron y regresaron para devolverle algo a Asturias. Es un líder nato, tanto en lo humano como en lo futbolístico. Y es alguien con valores, que se demuestran en las condiciones de su contrato”.

No es, sin embargo, un fichaje sin aristas. Antes que él, hizo el camino de vuelta Esteban Suárez (48 años, Avilés). Tras 184 partidos con el Oviedo –la mayor parte de ellos en Primera–, pasó por el Atlético de Madrid, Sevilla y Celta. Regresó al Oviedo en Segunda B, cobrando una quinta parte de su salario y tras cinco temporadas de titular con el Almería. “Estaba saciado deportivamente, pero no emocionalmente. Aportas experiencia y atraes la atención. Ascendimos y luego la cosa fue regular por la gente que tomaba las decisiones, que por cierto ya no está en el club. Repetiría, pero le diría a mi hijo que no lo hiciera”. Miguel Pérez Cuesta, Michu (38 años, Oviedo) se quedó en 2003 en el Oviedo. Debutó con el primer equipo, salió para Vigo, de ahí al Rayo Vallecano y luego al Swansea en la Premier. Debutó con España. Una lesión en el tobillo derecho lo llevó a entrenar y jugar con el Langreo. De ahí, vuelta a un Oviedo en Segunda. “Jugar en el fútbol profesional con mi equipo fue un sueño hecho realidad. Recuerdo el único gol que metí, de cabeza contra el Levante. Tenía tantas ganas…”. Después fue nombrado secretario técnico. Salió a los pocos meses. Hoy es director deportivo del Burgos. “Volvería a hacerlo, sin duda”, asegura.

Jugar en casa tiene sus riesgos. Casado, con un hijo y una hija, hasta ahora el mayor inconveniente ha sido convencer a los niños de que estar en Asturias no es sinónimo de vacaciones. “Pero es algo que me dice mucha gente, que hay mucho que perder y poco que ganar, pero estoy cumpliendo un sueño. ¿Qué pierdo? ¿Qué no salga bien? Bueno, es algo que tengo que asumir. Por eso vengo con estas condiciones. No quiero ser un estorbo. Tampoco restar. Vengo a aportar. Y no te imaginas lo feliz que soy cada mañana cuando voy en el coche y cojo el camino de El Requexón –ciudad deportiva del club–, camino del entrenamiento”.

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