El fin del veto ruso a la exportación de diésel alivia la presión sobre los precios en Europa | Economía

El fin del veto ruso a la exportación de diésel alivia la presión sobre los precios en Europa | Economía

Rusia suaviza sustancialmente su veto a la exportación de diésel poco más de dos semanas después de que adoptase esta drástica medida bajo el argumento de paliar su propio desabastecimiento. El Ejecutivo ha anunciado a través de un comunicado que las petroleras podrán enviar el combustible a los puertos para su venta en el exterior, siempre y cuando “el fabricante suministre al mercado interno al menos el 50% del diésel producido”. La medida supone un importante alivio sobre los precios en el resto del mundo y, particularmente, en la UE: aunque desde principios de año no puede importar directamente carburantes rusos, cualquier movimiento que trastocase el mercado global tenía una reverberación particularmente grande en los Veintisiete, grandes compradores netos de gasóleo.

El país euroasiático, uno de los mayores productores de petróleo y derivados del mundo, se había visto inmerso en una crisis energética en los últimos tiempos por el desplome de la moneda nacional, el rublo, y el encarecimiento del barril en el mercado internacional, causado en gran medida por su propia política de restricción de los bombeos de forma coordinada con Arabia Saudí. Según el Kremlin, en este contexto, sus petroleras —exprimidas al máximo para financiar la invasión de Ucrania— habían preferido vender fuera más caro.

El campo ruso denunciaba desde primavera que las próximas cosechas peligraban debido a la escasez de combustible y su encarecimiento. Vladímir Putin ordenó tomar medidas a su Gobierno, y este prohibió la exportación de gasolina y diésel el 21 de septiembre. Según sus cálculos, los precios de la venta al por mayor se han reducido ya en 81 regiones del país, y el viceprimer ministro Alexánder Novak ha instruido a las empresas a trasladar su abaratamiento a los consumidores. Las cotizaciones internas de la gasolina y del diésel ha caído desde entonces un 16% y un 21%, respectivamente.

El Kremlin ha culpado de esta crisis energética a la mala fe de los proveedores, y ahora ha introducido otra condición a su levantamiento del veto “para evitar que los revendedores compren combustible por adelantado y lo exporten después de que se levanten las restricciones actuales”: una tasa de 50.000 rublos por tonelada, unos 500 euros, para los proveedores de productos petrolíferos que no produzcan ellos mismos.

Dos semanas de convulsión

Al principio fue la guerra, que sacudió todos los pilares de los mercados energéticos y rompió cualquier esquema previo: el mundo de la energía en Europa, se decía con razón, no volvería a ser de nuevo el mismo. Casi un año después, la prohibición de la UE a las compras de carburantes procedentes de Rusia (gasolina, queroseno y, sobre todo, diésel, la madre de todas las batallas) subió unos grados más la temperatura en el mercado. En las últimas semanas, han sido dos movimientos de Moscú —el veto a las exportaciones de combustibles de automoción y el recorte de oferta de petróleo pactado con Riad— los que han puesto a los conductores europeos en el enésimo brete.

Con esta semana, el diésel acumula ya tres meses de subidas ininterrumpidas en los surtidores españoles y se sitúa en los mismos niveles en los que estaba un año atrás, cuando los Gobiernos se pertrechaban ante su invierno más difícil y aún estaba activa la polémica y regresiva bonificación de 20 céntimos por litro.

La prohibición del Kremlin a las exportaciones de diésel —del que era y es cuarto mayor exportador mundial y primer europeo— no ha tenido un impacto directo sobre la UE, donde los carburantes rusos están vetados desde principios de febrero. Pero sí indirecto: cuanto menos carburante haya en el mercado mundial —y Rusia venía poniendo, atención, un millón de barriles de diésel en circulación cada día, el equivalente al consumo de Alemania—, mayor es la prima a pagar por la UE al abastecerse en Oriente Medio o en India, adonde están acudiendo para cubrir el boquete dejado por el gigante euroasiático.

Al veto ruso a las exportaciones, que prácticamente nadie anticipó, se sumaba la pinza que dos extraños compañeros de cama, Rusia y Arabia Saudí, llevan meses aplicando sobre el mercado petrolero. Sus repetidos recortes de oferta llevó el crudo al filo de los 100 dólares por barril a finales de septiembre, aunque el mercado se ha relajado en los últimos días. El impacto sobre los precios ha sido es especialmente acentuado en países como España, donde la práctica totalidad del trasiego de mercancías (el 96%) es por camión y las ramificaciones se multiplican. También sobre la inflación, justo cuando empezaba a dar tregua, complicando el de por sí difícil cubo de Rubik al que se enfrentan los bancos centrales. El calendario tampoco ayudaba: a las puertas de la temporada de frío en el hemisferio norte, un momento de máximo consumo de diésel, cuando al transporte de mercancías y viajeros se suman las calefacciones que aún se alimentan de ese combustible.

Hasta la semana pasada, los cargamentos de diésel desde el puerto ruso de Primorsk, en el mar Báltico, habían caído a la mitad desde que el Kremlin anunció el veto, según las cifras por la firma londinense de inteligencia energética Vortexa. Una señal, según Bloomberg, de la “potencial disrupción” que podía causar la prohibición rusa a escala global y, muy particularmente, en Europa.

El rublo, en mínimos

Aunque Moscú se escudaba en la escasez interna y en la imperiosa necesidad de evitar males mayores a sus agricultores, que necesitan el gasóleo como el comer para recoger sus cosechas de invierno, la realidad tenía más aristas. La devaluación del rublo, hacía que el incentivo de sus petroleras para vender gasóleo en el país en lugar de exportarlo fuera mínimo. Así que el veto era la única herramienta posible del Gobierno para garantizar el suministro interno a corto plazo. Y una forma de matar dos pájaros de un tiro: a la vez, golpea a una UE que, hasta la guerra, era adicta a su gas natural y a su diésel.

Con su moneda hundida —el rublo está ha tocado este viernes mínimos de siete semanas—, Moscú no podía permitirse cerrar sine die esa vía de entrada de divisas. “Creemos que durará un mes o, como máximo, seis semanas”, auguraba hace unos días Jorge León, vicepresidente sénior y jefe de análisis petrolero de la consultora noruega Rystad Energy. Al final ha sido mucho menos: poco más de dos semanas.

Pesca en río revuelto

Si algo ha quedado claro esta crisis energética es que el sudor y las lágrimas de unos son los días de vino y rosas de otros. Omán, Kuwait o Baréin se han puesto las botas refinando y exportando su producción al Viejo Continente para cubrir el vacío ruso. Los dos primeros acaban de poner en marcha su nueva refinería conjunta de Duqm, que estará operando al 100% a principios del año que viene. Un alivio para una Europa sedienta de gasóleo, y un potente aldabonazo para su propia economía. Baréin, por su parte, apura los meses para culminar la ampliación de la casi nonagenaria refinería de Sitra, una obra que casi duplicará su capacidad de conversión de crudo en diésel y queroseno que cumpla los estrictos estándares de la UE.

Pese a estos avances, justo antes de que Rusia rompiese de nuevo la baraja, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ya advertía de las dificultades de las refinerías a escala global para satisfacer la “creciente demanda, especialmente de destilados [diésel y queroseno]”. Las instalaciones de refino en Asia y Europa, añadía, han estado funcionando en los últimos meses a un nivel “muy inferior” al del año pasado.

La coyuntura de las últimas semanas ha sido, también, una oportunidad de oro —una más— para las grandes petroleras europeas, dueñas de grandes reservas de crudo fuera de la UE y de las mayores refinerías en suelo comunitario. En ambos casos, tienen todas las de ganar: por la escalada en el precio del crudo y porque, tras un periodo de relativa moderación de sus márgenes de refino, la escasez vuelve a ser mejor aliada para aumentar sus ganancias en esa fase de la cadena de valor, la más rentable en lo que va de crisis energética. En clave española, Repsol acaba de anunciar que el margen de ganancia de sus refinerías más que se duplicó en el tercer trimestre del año, hasta los 13,5 dólares por barril. Sigue, no obstante, lejos de los casi 19 dólares por barril que alcanzó entre octubre y diciembre del año pasado.

Una crisis interna larvada desde la primavera

La crisis energética rusa comenzó en primavera, a la par que la cotización del rublo comenzaba a desplomarse de nuevo debido a la carestía de otras divisas en el país debido a las sanciones. La escasez de dólares y euros ha provocado que el cambio de la moneda rusa rondase los 60 rublos por euro o dólar a principios de año a superar la barrera psicológica de los 100 actualmente. Y ello, acompañado por el encarecimiento del petróleo en el mercado internacional y los recortes en la producción aprobados por el Kremlin para forzar esta situación, empujó a las compañías rusas a exportar sus productos para conseguir más ingresos.

La escasez de combustible se trasladó a los consumidores rusos. El precio de los carburantes se disparó, y en las regiones agrícolas del sur de Rusia advirtieron desde agosto que las cosechas de invierno peligraban si no se abarataba el combustible. El Gobierno, por su parte, ha iniciado varios procesos antimonopolio contra gasolineras y depósitos de combustible independientes. Asimismo, Novak ha instruido esta semana al Ministerio de Agricultura y a las autoridades locales a que supervisen los márgenes de beneficio de los proveedores de los agricultores.

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